viernes, 16 de octubre de 2009

Escritura de Eliana

luz eliana marquez barrera
artista docente
escuela de artes plásticas – u.p.t.c.
proyecto lenguaje y paz
miduze@yahoo.es

LUZ ELIANA MÁRQUEZ. Tengo cuarenta años de edad, dos hijos adultos. El ser mujer, y madre ha atravesado mi producción artística y textual. Me he desempeñado como docente de artes, pero también como diseñadora de espacios, de vestuario y escenario. Como artista he instalado escritura en museos y salones de artistas. He publicado sobre diseño prehispánico, historia del paisaje; sobre los oficios de tejer, bordar, coser, y sobre la casa-estudio, todos como espacios donde el sujeto artista se crea a si mismo. Estos mismos espacios han marcado concepto del arte y han hecho vital mi propuesta del escribir.



Desde el convento

Sin color, sin luz, eres tú, que levantas las gasas, detienes el andar, me cegas, corres los encajes, vuelas los camisones, soplas letras, difuminas el perfume, levantas sábanas, ondeas bandera y como cometa me vuelas.

No quiero que vuelva aquel que atraviesa mi espacio, derriba mis tabiques y me toma sin consentimiento alguno hasta detener mi menstruar. Si he decidido hacerme recluida, sea porque he decidido estar en privado, privada de algo, justificando hacer fiesta cuando vengas. Así comprenderás esta soledad y esta cuarentena como mi elección. Nunca más el Señor; siempre el amante que silva, golpea la puerta, zarandea la ventana, se esconde entre las ramas para decirme, que soy yo, la mujer, a quien pide permiso para entrar.

Una sorpresa tu llegada. Cosa que no hace ni el día ni la luz. Desde donde vienes me haces mujer, me haces animal. En total silencio y quietud te presiento. Sacudes la cama, tiembla la mesita. Cimbras mi habitación. Cómo agitas mi cuerpo cuando escucho en la tierra, la melodía que desde lejos tarareas. Vienes desde la laguna. Te deseo porque tu desesperación golpea el agua contra la orilla, hace que te escuche cuando revuelcas por mí los cultivos y levantas polvo en el andar. Te agitas y me agitas, vibras a la par. Rozándome, danzas para mí, y de un soplo, llevas mi vestido atrás. Dice el científico que es por la luz que te conozco; por la luz que sé de todos antes de mí. Pero he de contestarte que al filo de esta montaña, eres tú, el viento, el que decide.

Viviré, me entrego a vivirte. Me entrego a permanecer para ti. Aún cuando la mañana anuncie que habrá noches largas, incluso persistiré; y me tendrás en este lugar hasta aquella otra noche cuando, por brevedad, me halle en la mitad de dos amaneceres. En todo tiempo contigo andar. Caminar entre las montañas, recorrer nuestro refugio, sólo dejarte para soñar. En esa avanzada que llamamos vivir juntos, quiero asegurar no detener mi marcha; no hacer pesada la tuya, tampoco apresurar tu ritmo. Quiero saber ser por ti, tu movimiento. Escuchar tu sonido, figurar aquello que compone tus llegadas, para inventar mi propio existir.

Celebraré cuidar la entrada. Un privilegio poder decidir cuándo y a quién quiero abrir la puerta. Y que la puerta tiene el cerrojo de nuestro lado. Y cuando el tiempo vaya muy rápido, encontraré cómo darle lentitud a tu acariciar; te entregaré otra y todas las maneras de sentir mi cuerpo. Si es en la enfermedad, procuraré darte, con mis manos, en temblor, a través de mi saliva, en la mirada, con mis tenues palabras, la suficiente claridad; señalarte mi calor, para que no te retires, y en cambio sanemos juntos y solos. Si en la adversidad tu pensamiento, siendo ondulante, delira, prometo aliviar tus síntomas, aclarar esa niebla. Y si me toma algún trabajo recuperarte para mí y para esta casa, siempre te haré sentir en ese empeño lo mucho que amo tu ausencia, el dibujo de tus ideas, y lo pasajero que resulta el dolor y el daño cuando pasamos juntos este frío.

Quiero enseñarte mi vida para que no te engañes con un solo mundo. Será un compromiso darme a conocer en este abrir, sin agotar lo que soy, para que en el tiempo que creas saber todo, aún te mantengas extrañandome, así como deseándome. Nunca sabrás todo, pero tendrás lo justo de mí, lo suficiente. Te prometo guardarme para ti; algo cada día, para que al siguiente también algo haya crecido, se haya multiplicado, y exista eternamente algo que entregarte.

Me comprometo a mostrarte cómo es que amo. Para que sientas que te amo con mi diferencia, y con actitudes cuyos significados quizas no hayas nunca antes aprendido a leer, como yo a entregar. En esta promesa entrego lo que soy, un temperamento recio, pausado en el amor, fiel, intenso en la creación, pero eternamente rebelde.

Prometo no dejar de llorar, hacerte sentir si sufro. Prometo que si es preciso salvarme y sanar así nuestro compromiso, seré capaz de gritar, golpear, tirar; nunca dejar que transcurra mi dolor en silencio, jamás olvidarte ni guardar algún secreto que te dañe o nos distancie. Sobre todo nunca irme.

Por ti me empeñaré en conseguir el gusto de la vida, no en el mismo plato, pero sí en la misma mesa. No rectificar la sazón, no casarme con una cocina, sino con dos lenguas. Me esforzaré por no ser predecible, porque aún siendo como las montañas, tuya, siempre me desconozcas; por acomodarme no tanto a tu forma, sino a la manera que nos da el tiempo de los dos, que, de a pocos, nos señale diferentes. Me encargaré de que aún sin cuerpos encontremos nuestro espacio, y allí un tiempo en el cual sobrevengan muchos meses, sagradas pérdidas; tiempos que recordar, pero sobre todo, parajes para vivir.

Esperaré por ti, no importa si estás lejos, si estás cerca; aguardaré mientras te evades. Si la belleza del perfume que hoy te hace algún día se fuera, haré revelarse el lugar de tu ser de donde extraje lo brillante. Para que entonces eternamente acudas a eso que te hace soberbio e inmenso. Y si viene un tiempo sin viento –como vendrá, cuando ya no puedas hacerme tuya, o yo no pueda dejarte entrar en mí; cuando hacerlo sea cada vez menos frecuente– entre juntos ser el amor mismo, lo único que reste. Amarte siempre como en los últimos días de abril, aferrada a tu lengua, a tus movimiento; a tus manos, a tus ojos, a tu sonrisa, a tus cabellos y a tu olor. Si es que un día tuvieron cuerpo.

Abriendo esta ventana me doy como tu niña, tu amante, tu puta, la graciosa que juega, la perversa que doblega, ser todo y no ahorrarme nada amándote. Enséñame tus tretas, que olvide la vergüenza, las maneras si es que tu no las exiges, presintiendo en ese intento la continuidad de mi sentir. Soy para ti, tuya en la cama, en las escalas del palacio, en el balcón del teatro, y en esta celda. Para que tu viento, en soledad, donde quiera que me halle, me eleve y me llene.

Déjame continuar mirándote, tocándote, y principalmente seguir siendo sola. Prolongarme, como ahora, en el acto de recibirte.

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