viernes, 16 de octubre de 2009

Autobiografia de un cuerpo social

A U T O B I O G R A F Í A D E U N C U E R P O S O C I A L

Por Juliana Borrero

Agradezo a Adela, Rocío, Angélica, Andreita, Deicy, Gloria, Mauricio, Libardo, Laura Laura, Gladys, Carolina, Lizzbeth, Carolina y Fredy cuyas voces se hacen presentes en este escrito. La valentía, sinceridad y entrega que ustedes dedican a Lenguaje y Paz continuamente me obligan a replantear los límites de mi mundo, y me muestran todo lo que el trabajo con el lenguaje puede llegar a ser.


Quiero escribir sobre el grupo Lenguaje y Paz como un cuerpo. El trabajo semanal de llegar a constituir un cuerpo, la constatación de este “nosotros” que se extiende por los caminos de mis días como un chicle. Quién soy yo? Sólo una parte de este cuerpo que constituye el grupo, pero cómo me da sentido. El vértigo, la incertidumbre, el ir descubriendo un ritmo en el trabajo colectivo. Lentamente me voy dejando conocer, mirada por mirada, y gesto por gesto. Empezamos a descender adentro de nosotros mismos y ahora debemos inventar una lengua que nos permita ser fieles a nuestro deseo. No es que la diferencia sea suprimida, sino que empiezo a conocer el terreno del otro, con sus caballos cercados y sus sectores luminosos. Cada palabra desdoblándose como un abanico de significado, con su propio peso, su propia historia. Y mi lengua es más y menos mía. Mi lengua es el oído de él. Mi boca es el estómago de ella.

Estábamos en un carro. Llovía fuertemente. Apenas podíamos ver hacia delante. Yo pensé que no lo íbamos a lograr. Me dieron dinero, pero no era lo que yo esperaba. Sentía los ojos de ellos sobre mí. Mis ojos evadían el retrovisor para no encontrarse con los de ellos. Sentí las lágrimas que querían salir de mis ojos como lluvia. Supe que quería algo más, un lugar distinto. Finalmente fui capaz de seguir mi camino. Sólo entonces pude llorar.

Quiero hablar acerca del otro. Hay muchos que hablamos sobre el otro... lo convertimos en la jugada principal de nuestro discurso. Pero, quién es el otro? Y cómo garantizar que su significado no llegue a ser tan abstracto como ciertas palabras teóricas? Cómo cambia la representación del otro de persona en persona? Cómo responde a la forma de cada cuerpo? Cómo la historia del otro irradia la historia de cada cual?

Humberto es un flaco muelón a quién le gustan los muchachos. Se da mañas para hacerles regalos e invitarlos a su casa. Trabaja en albañilería ¿Que cómo sé todo eso? Él va al taller de mi papá a que le arreglen la bicicleta. Cuando se marcha cuentan cosas. Yo oigo y callo. Una noche iba yo llegando a mi casa, tarde. Eran como las once. Él bajaba por la callecita de antes de llegar a mi casa. Se bajó de su bicicleta y zalameramente me preguntó que de dónde venía. Le conté que del Club. Sin ninguna otra fórmula me cogió la entrepierna por encima del pantalón. Como no protesté inmediatamente porque no entendía nada de lo que estaba sucediendo –aunque se me paró- se animó y me dijo: Carlitos, vamos allí y se lo mamo. Señaló una sombra oscura que proyectaba un frondoso árbol en la calle que va hacia el río. Para asegurar mejor su presa me ofreció $800. Sin pensarlo dije: déme mil. Dijo que me quedaba debiendo los doscientos -¡Entonces no! Y me fui rápido. Entré a la casa, pero nadie se percató de mi turbación.

Bakhtin habla de la búsqueda de la palabra viva; donde el acto de enunciación no termina en el hablante, sino en el oyente; donde el destino del enunciado es el otro; donde cada palabra encuentra su verdadero significado, no en la intención original del hablante, sino en la respuesta del otro. Dialogismo, versus un sistema monológico del conocimiento. Qué significaría poner en práctica el dialogismo?

Mi papá no nos dejaba acercar al hueco que había atrás de la casa. Se llamaba... sí, eso, un pozo séptico... porque cuando yo era pequeña no había agua en el barrio. Jugábamos todo el día. Había un árbol de peras a unas casas de distancia y mis hermanos se trepaban a robárselas. Y en el lote de al lado había matas de arveja y maíz, y perros enterrados. El vecino tenía ojos azules. No sé por qué pero decían que tenía mal de ojo, y cualquier animal sobre el que posara los ojos se moría. Así que los enterraba a todos en el patio trasero. A una cuadra vivía un amigo de mi papá que tenía un problema en la espalda; venía a nuestra casa todas las mañanas para que mi papá lo afeitara.

El lento, conmovedor trabajo de escuchar al otro. Cada historia inmensamente importante, cada historia con tanto que decir, sin tan sólo no imponemos sobre ella nuestra idea de qué debería ser una historia, qué es un protagonista, cuáles son las historias que ameritan ser preservadas. Interrogado por una ansiosa muchedumbre académica acerca de cuál era su metodología para producir tan fantásticos libros de historias testimoniales sobre los procesos sociales de los Llanos, Alfredo Molano respondió: “No tengo metodología, sólo escucho a la gente.”
-Dónde está? Traigámoslo para una conferencia.
-Nadie sabe donde está. Está amenazado por...

Mis abuelos y mis padres siempre han tenido jardines de rosas. Nuestra casa siempre estuvo llena de plantas, con dos cuatros, uno para los padres y otros para los niños. Hay diez de nosotros, tres por cama, y mis hermanos no son tan pequeños como yo. Y la cocina era realmente pequeña, para que todos cupiéramos teníamos que sentarnos en el piso; era chistoso. Cuando éramos niños, mi papá nos ponía a recoger papa en los sembrados vecinos. A veces venía a supervisar cómo lo estábamos haciendo, y cuando accidentalmente rebanábamos la papa, nos gritaba en frente de todo el mundo. El papá de Kafka usaba la ironía en el lenguaje. Mi papá sólo nos pegaba. Pero había una forma de esconder las papas rebanadas: uno vuelve y las revuelca en la tierra, y nadie se da cuenta. Mi papá también nos regañaba cuando no podíamos levantar los bultos de papa. Así fue como aprendimos a cargarlos.

La imagen de la pobreza. Niños barrigones de piel oscura caminando descalzos por un cauce escandalosamente bello. Cómo contrarrestar el estereotipo del “tercer mundo”? Sólo con la forma de nuestros rostros, el timbre de nuestras voces. Los ríos desbordados de nuestras palabras. Guillermo Páramo ha dicho que la tragedia de nuestra modernidad periférica es la de no ver belleza en nuestro propio rostro. Habla de las tribus amazónicas. Medidas en términos económicos, estarían en el nivel más bajo de la escala del progreso. Sus casas no están dotadas de objetos comprados en almacenes, muebles, aparatos, ropa, papel, adornos. No tienen cuentas bancarias, ni billeteras con tarjetas de crédito y credenciales. Y sin embargo, en su cosmogonía, ellos consideran que están en el ombligo del mundo. Cómo contrarrestar la carrera del progreso? Sólo con la belleza que está presente. Sólo con el conocimiento de dónde está el propio ombligo. Sólo con la comprensión de que la realidad es más compleja.

A fin de cuentas, el amante al que yo me entregue tendrá que entender el miedo a amarrarse los zapatos. Temblando, con un cordón en cada mano, sin saber cuál va encima y cuál va abajo. Temblando, porque mi mamá nos había cortado el cabello a mí y a mi hermana –sólo un poco- y a mi papá no le gustaba. Ella era tan suave, tan dulce, mi mamá; después del sanatorio nunca volvió a ser así. Nosotras estábamos jugando en la casa cuando escuchamos los pasos. Por el olor, nos dimos cuenta de que él estaba borracho. Lo primero que hizo fue preguntar: Quién les cortó el cabello? Después subió la escalera hacia el cuarto de mi madre. Nos quedamos escuchando asustadas. Ese día no le pegó.

Supongo que todos deseamos. Esta es mi pregunta: si el deseo es la fuerza que nos mueve, que está constituida por las primeras relaciones con el padre y la madre, es distinto el deseo en diferentes personas, o sólo cambia la relación que tenemos con ese deseo, las máscaras con las que lo disfrazamos, los caminos retorcidos que inventamos para ser capaces de convivir con él... Cómo trabajar con el deseo? Qué sucede cuando el deseo es oscuro? Más concretamente: Puede haber comunidad cuando el deseo es distinto?

En frente de la casa había una acacia, y un árbol de pino, y nosotros nos subíamos a la acacia, nos sentábamos con las piernas abiertas en una rama, y brincábamos, jugando a ser brujas sobre escobas. Y los grandes nos contaban historias: La Llorona, La Patasola. Se nos aparecían en el bosque a donde íbamos cuando mis padres nos daban una hora de descanso después de almuerzo. Nos poníamos a caminar por ahí, hasta que alguno de nosotros veía los espantos y entonces todos corríamos a casa. Luego, en las noches, yo soñaba con hombres de cabeza de perro.

Creemos que no es posible entender el sentido de comunidad hasta que nuestro pensamiento esté enraizado en las formas de nuestros cuerpos. (Creemos que solo es posible entender el sentido de comunidad cuando nuestro pensamiento esta enraizado en las formas de nuestros cuerpos). Sólo entonces es honesto el lenguaje. Pero, qué hacer si mi lenguaje honesto es herida para el uno y placer para el otro? Qué tipo de comunidad resultaría de este tipo de lenguaje honesto? De una lengua que tuviera sus raíces en personas reales? Seguimos el camino de las palabras aparentemente sencillas de Heidegger: “el Lenguaje es la Casa del Ser”. Estamos construyendo una casa en el lenguaje: pero qué tipo de casa queremos para nosotros, una prisión o un hogar? Y cómo afecta nuestro lenguaje ésta determinación?

Cuando pienso en lechuzas, pienso en el sonido infernal de la lavadora, una mujer aleteando un trapo rojo para espantarlas de la casa. Pienso en mi madre revolviendo el café con el dedo, el cabello sobre su cara para esconder que ha estado llorando Pienso en mi propio miedo histérico a las polillas y los ratones y las lechuzas. Mamá, quiero gritar, pero mi voz se seca. Pienso en la mujer en la que me estoy convirtiendo, en mi impureza, mi llantos nocturnos, una mujer un poco ilusa, un poco desnuda, desenfrenada, desobediente y caprichosa. Poseída? Con este sentimiento inmenso burbujeando por dentro. Cansada de tanto sexo clandestino, océanos de deseo. Quiero romper la ventana y escapar volando hacia la noche. Mujer lechuza. Cómo la odio y la deseo.

El lenguaje no es un arma, es sustancia milagrosa. No debería ser subestimado, ni en la vida, ni en la academia. Porque subestimar el lenguaje –el lenguaje como herramienta de verdad, como espejo de realidad, como una jáquima para nuestros deseos más salvajes- es subestimar el ser. Y subestimar el ser es subestimar al otro. El lenguaje es una casa para los seres. Estamos construyendo una casa porque no tenemos. Una casa grande, donde otros que no tengan sean bienvenidos.

Seré capaz de atravesar la oscuridad? La escritura me sacará al otro lado? Sí, hay más que no te había dicho. Hay algo que nunca le he dicho a nadie. Ni siquiera puedo decirlo... Sí, me imagino que hay muchas otras que tienen esta historia. No sé cuantas mujeres colombianas guarden por dentro esta misma... Es que... cuando escribí acerca de personajes demoniacos que se entraban por mi ventana para arrancarme la ropa y acostarse conmigo, no era sólo un gusto por lo gótico. Cuando escribo acerca de mí misma en relación con el asco, el mugre, el excremento, no estoy mintiendo. Lo que pasa es que... mis hermanos... desde que yo tenía 7 años... Necesito escribir para limpiarme de esto. Los odio tanto, y lo peor es que tengo que vivir con ellos.

Al estar cerca de este tipo de sinceridad intensa en la escritura y en la oralidad, surgen muchas preguntas con respecto a la exposición en la autobiografía. Hasta ahora, como grupo, hemos usado la estrategia de escribir sin firmar. La firma es la del grupo. Pero qué sucede en el siguiente paso, cuando el escritor quiere reclamar ese proceso de escritura de vida como propia, cuando quiere que la escritura del trabajo de su vida sea reconocida como su trabajo artístico –en el contexto nacional, en que la moda de la autobiografía todavía no ha entrado de lleno. Esto es afortunado en el sentido de que se tiene cierta libertad para jugar con el género autobiográfico, para ajustarlo a nuestro contexto y nuestras necesidades. No tenemos las toneladas de peso de los libros y estudios que existen sobre autobiografía, por ejemplo, en Estados Unidos. Pero así mismo es desafortunado, porque en una comunidad esencialmente católica, hablar y pensar acerca del yo es visto como capricho, como pretensión: cualquier cosa que no sea la abnegación y el conformismo político es vista como signo de egocentrismo. Así, en nuestro contexto, la autobiografía arriesga ser leída en la forma más chismosa, autoreferencial, y peligrosa posible. Cómo puede protegerse de este peligro el escritor de autobiografía? Asímismo, como transmitir la posibilidad de la autobiografía como una postura ética y epistemológica? Cómo puede la autobiografía enseñar a leer autobiografía?

Había un ático en la casa. Un día me trepé con una escalera y descubrí que estaba lleno de historietas, revistas viejas y libros. Mi mamá dice que a mi papá le gustaba leer antes de casarse. Fue allí que aprendí a amar la lectura, arriba en ese ático, pero mi papá nos pegaba cuando nos encontraba allí, decía que era peligroso, así que teníamos que subirnos a escondidas. Cuando cumplí quince me hicieron una fiesta y yo la odié. Me pusieron un vestido rosado con un lazo gigante en la espalda, tuve que posar para fotos, y hablar con los grandes en vez de jugar con mis hermanos. Después, cuando tuve 16, la profesora nos hizo escribir una composición y cuando yo entregué la mía, me dijo que me la había copiado. Cada vez que escribo algo me acuerdo de eso. Después de que me gradué del colegio, trabajé dos años en un restaurante porque mi papá no quería que fuera a la universidad. Pero yo pasé papeles, y como no tenía suficiente para pagar veterinaria, que era lo que más quería, escogí Idiomas, y cuando me aceptaron pensé, cómo le voy a decir a mi papá? Mi papá me va a matar. Pero no lo hizo, y ahora hasta me pregunta cómo voy en las clases.

Leemos a Kafka. Por un tiempo me he preguntado cuál es el sentido de esta larga carta al padre que es una minuciosa y para nada indulgente descripción de la “retórica” de la incomunicación entre padre e hijo. No me contento con la interpretación ligera de que es la actitud irresponsable de un hijo débil que culpa a su padre por todos sus infortunios, y que no se da cuenta de que depende de él hacer su propia vida. Sabiendo todo lo que el padre simboliza y también la habilidad de Kafka para encarnar la opresión con el fin de denunciar las formas de autoridad existentes, pienso que debe haber algo más. Mi barrunto es que la carta al padre es un estudio riguroso de todos los factores que forman una relación incomunicada; un estudio casi científico del abismo entre el yo y el otro, la mecánica interna de la violencia psicológica. Una de las características de este abismo es la idealización del otro. El hijo idealiza al padre como una gran figura imponente y opresora, y el padre sólo ve lo que para él constituye el hijo ideal. Qué sería necesario para poder mirar al otro a la cara? Cómo cambiaría esto la mecánica de nuestra realidad? Hay algo absolutamente radical en la propuesta de la sinceridad.

Mi vida es una trenza que tiene los siguientes hebras: la primera es la escatológica, con toda la oscuridad, las pesadillas, el insufrible dolor. Luego la vida “normal” de una niña en el campo colombiano, con sus palizas, el trabajo pesado, la lucha para educarse, el padre borracho, la madre indolente, el conflicto de género de una niña criada para ser hombre... Y finalmente está la linea de la ternura, la que estoy tratando de recuperar, algún tipo de esperanza en mi vida. Esta última es la más endeble, la más escasa; pero está el riachuelo, a donde iba cuando me quedaba algún tiempo de mis quehaceres como niña. Está la peña a la que me subo para ver caer el sol cuando me quiero morir. Y está la escritura, la literatura, que me ha salvado la vida.

Surge la pregunta: Qué sentido tiene la autobiografía cuando alguien no quiere escribir? Qué hacer cuando una persona no le ve sentido a poner su vida en palabras? Cómo invitar a este trabajo a aquellos para quienes la literatura no significa nada? Somos fieles a la propuesta de que la autobiografía puede ser significativa para todos -no sólo para nosotros. Esto implica entender la autobiografía como algo más que mero egocentrismo. Nuestra apuesta es que, más allá de un género literario, la autobiografía es una postura frente al mundo, un llamado hacia el otro y un llamado hacia la comunidad. Nuestro reto: ser honestos. Ser capaces de cuestionar y narrar sinceramente la realidad de cada cual.

En mi casa hemos tenido tres caballos. Primero tuvimos una yegua, pero se la robaron. La yegua nos dejó una potranca, que cuando creció, la usamos para los trabajos de la finca. Un día estaba lloviendo muy duro –cuando llueve alrededor de mi casa llueve muy duro- y le dijimos a mi hermano –El Cerebro, le digo yo- que no la llevara al potrero porque estaba muy resbaloso. Y qué hizo? La llevó, y montada. La yegua se cayó y se partió una pata. Tuvimos que matarla, y luego despellejarla. La vendimos a una fábrica de salchichas. Ahora tenemos un caballo en la casa, pero está ciego. En vez de darle juete por detrás, mi mamá lo azotaba en los ojos. Hasta que se quedó ciego. Es increíble ver cómo a pesar de que no puede ver, conoce los caminos de la casa y el pueblo tan bien que no se tropieza. Es como cruel, pero es asombroso ver cómo un animal se adapta a esas condiciones. Pero si lo llevas por un camino nuevo, es peligroso, se puede caer.

A lo que apuntamos, y lo que estamos pidiendo es el espacio indefinible donde la sensibilidad egocéntrica de la autobiografía es transformada en una forma de ética, una ética del arte o de la literatura. Más que ninguna otra novela que haya leído, “Las Olas” de Virginia Woolf, transformó mi percepción de la literatura, así como de la realidad. A través de esta novela, entendí la realidad como ese tejido de historias –contadas y no contadas- de todos nosotros. Entendí qué tan profundamente un cambio en la manera de concebir el sujeto puede afectar nuestra actitud hacia la verdad y el conocimiento. La autobiografía como postura es la invitación a adoptar esa posición, a través del lenguaje. Es el lenguaje el que sostiene la relación entre nosotros y el mundo-verdad-realidad. Asombroso, sí, pero más asombroso aún el haber sentido que esta comprensión se daba muy adentro de mi cuerpo, hasta el punto que los límites individuales de ese cuerpo se reconocían como parte de un cuerpo mayor, vivo y palpitante. La novela invita a repensar la ética, desde la multiplicidad de formas desde las que miramos el mundo. No hay verdad posible, no puede haber comunidad, a menos que aprendamos a ver con muchos ojos, a menos que aprendamos a encarnar el ritmo del mar. Esta forma de “historia de vida” es como el contrapunto (múltiple) a la carta de Kafka. Mientras que Kafka pone toda su fuerza trágica en demostrar la esterilidad de una relación donde no hay comunicación, Virginia escapa de la esterilidad encarnando el cuerpo mayor del mundo.

No me mandaron al colegio hasta que tuve 9 años porque yo era muy débil y mi mamá decía que las otras niñas me iban a pegar. Pero fue al revés. Mi hermano menor estaba en segundo y yo en primero, y caminábamos al colegio todos los días una hora a buen paso. Mi hermano mayor era el encargado de cuidarnos, y era un desgraciado. Sabía exactamente cuánto tiempo nos tomaba regresar a casa desde el colegio, y sabía que salíamos a las 12:30, así que a esa hora, escupía sobre el piso, y si el escupitajo se secaba para cuando regresáramos, nos daba una muenda… Si el sol salía, de malas para nosotros. Fue así como aprendí a correr.

Tú. Has pasado gran parte de tu vida sin la práctica de la lectura y la escritura. Pregunto: eres una persona distinta, ahora que, no sólo ha pasado por la universidad, sino que has encontrado el amor por la literatura y la necesidad de escribir? Existe algún vínculo entre esas dos personas, la muchacha del pasado, con todo el tornado de recuerdos tan difícil de racionalizar, tan difícil de encontrarle significado… y la muchacha de ahora, que intenta convencerse de que no tiene que avergonzarse, de que su vergüenza es su material de trabajo, la fibra de la que está hecha; y que es tal vez por nunca haber usado el lenguaje, que ahora lo usas de tal manera que no sólo envía escalofríos por la espina dorsal del lector, sino que opera como un bálsamo sobre tu propia herida. Tu salvación, tal vez el hecho de que un día un crítico leyó tus textos y dijo: “este es el dolor de Colombia; no es la tragedia de ella, es la de Colombia”. Eres una metáfora, descubres a los 26 años. Pero también no eres una metáfora. Es de ese tirayafloje que viene tu escritura.

No sé por qué, pero adoro el agua. Nuestra casa queda a la entrada del pueblo, y de niña, me encantaba ir al campo para ayudar a mi abuela con los quehaceres. Después murió mi abuela y hubo toque de queda por 10 años, de manera que era peligroso salir de noche. Éramos 6 hermanos, pero yo soy trilliza y una de mis hermanas murió al nacer. Tal vez por eso siempre he sentido una sensación de insatisfacción, de incompletud, alrededor de todo lo que hago. Puedo reunirme con mi familia y estarla pasando bien, pero hay una parte de mí que siempre se siente vacía. Luego, en el 2000, cuando Clinton vino a Colombia por un día, la guerrilla bajó del monte y se tomaron el pueblo. A mi hermanita de 6 años la mataron ese día. Estaba jugando en la calle. El gobierno nos pagó por su muerte. Ahora sólo quedamos cuatro. Cuando escuché que había un grupo que se llamaba Lenguaje y Paz, me interese de inmediato. Viniendo de la Uvita, Boyacá, siento que ha visto la violencia en la cara.

Quiero ser un par de labios gigante para besar tu cuerpo herido. Estas historias buscan compasión. No habiéndose aventado al suicidio, sólo buscan abrazar la vida y ser tenidas en cuenta en toda su belleza y su valentía.

Hemos mirado la violencia a la cara.

Hemos experimentado la violencia de la nación. Contar nuestra parte del prisma es reclamar el país en que vivimos. Contando historias re-membramos la nación. Es así como nos sabemos parte del mundo. Pero el mundo está tan herido... Nuestra táctica es tocar la herida del mundo en cada una de nuestras historias. Tocando la herida del mundo tocamos al otro y las historias del otro; es entonces cuando vuelve al juego la palabra “paz”. Sólo cuando está ligada al cuerpo –y a la historia de ese cuerpo-, cobra algún peso, alguna textura esa vaporosa palabra. Es a eso que le apostamos.

(Y yo? Y hago arepas mientras ellos trazan el territorio de su niñez y hablan de su vida. Cómo se entreteje la historia de la persona que está sosteniendo los hilos? Yo, la profesora y ellos, los estudiantes. Yo la directora del proyecto, y ellos los asistentes de investigación. Me avergüenza confesar mi previa ignorancia de las personas que ellos son. Yo siempre he sido como de un mundo distinto. Extranjera? Extraterrestre? Dónde está mi casa? Mi historia no cabe; y sin embargo, debe caber. Lenguaje y Paz es proyecto de investigación pero también es sentido vital, proyecto de vida, ejercicio de entrega a los mundos del otro. Es la construcción de una casa y de una comunidad – en los términos del deseo- en el lenguaje. Es un barco salvavidas, el mío. Un volverse político, profundamente conectado con todas nuestras heridas; la búsqueda de un lugar alrededor de la herida que todos compartimos. Todos los viernes doy las gracias por la fortuna de haber entrado en contacto con estas vidas, con estas historias. Al estar cerca de ellas: soy parte de un cuerpo social. Casi existo.)



OBRAS CITADAS
Bakhtin, Mihail. “ The problem of speech genres,” en Speech genres and other late essays.
Austin, Texas, University of Texas Press, 1986.
Heidegger, Martin. “A dialogue on language betweeen a japanese and an inquirer”, en
On the way to language. New York, Harper and Row Publishers, 1971.
Kafka, Franz. “Letter to the father” en The basic Kafka. New York City: Washington Square
Press, 1979.
Páramo, Guillermo. “La Belleza está en los ojos de quien la mira o la tragedia de no ver belleza
en el propio rostro,” en Hojas del Farfacá, 4:2, Universidad Pedagógica y Tecnológica
de Colombia, Dirección de Investigaciones, Museo Arqueológico de Tunja (2001): 2-6.
Woolf, Virginia. Las olas. Ediciones Orbis. Barcelona: 1988

BIBLIOGRAFÍA SOBRE AUTOBIOGRAFÍA
Anderson, Linda. Autobiography. London and New York, Routledge, 2001.
Barthes, Roland. Roland Barthes by Roland Barthes. Trad. Richard Howard. New York, Hill and
Wang, 1977.
Cixous, Helen y Mireille Calle-Gruber. Rootprints: Memory and Life Writing. Trad. Eric
Prenowitz, London and New York, 1997.
Derrida, Jacques and Geoffrey Bennington. Jacques Derrida. Chicago and London, University of
Chicago Press, 1993.
Ker Conway, Jill. When Memory Speaks: Exploring the Art of Autobiography. New York:
Vintage Books, 1999.

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